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9. Anaxágoras




Anaxágoras fue el primer filósofo que se instala en Atenas. Los anteriores enseñaron en diversas zonas de la Magna Grecia, y en especial en la rica y próspera región de Asia Menor, en las ciudades del litoral Egeo. Pero Atenas se había convertido en una de las ciudades-estado más «progresista» y por tanto próspera de la Magna Grecia. Conviene matizar que todo clasicismo contiene lo que «termina» y lo que «comienza» en un mismo tiempo y espacio. En el punto crítico de toda evolución antes de la mutación está en su «clasicismo», porque en él se dan los «cánones», fruto final de la evolución del pasado, y sobre esos cánones se originan los fundamentos de un nuevo mundo y una nueva «mentalidad». Anaxágoras sería el filósofo de la «nueva mentalidad» o de la «mentalidad misma». También podríamos decir que era un filósofo propio de nuestro tiempo, donde también hemos «canonizado» muchas de las ideas que surgen precisamente durante su tiempo, como es la democracia y el Estado social y de derecho. Por tanto, a nuestra época le corresponde producir los primeros indicios de una nueva era, como eran los «indicios» que sugerían las ideas de los filósofos de la era clásica de Pericles.

Lo fundamental de la filosofía de Anaxágoras es la introducción de la idea de «mentalidad», nueva voz, «noûs», que expresa otro concepto específicamente filosófico. Pero para su creador la «noûs» no es una idea insustancial sino sustancial: se trata de un «fluido» que se manifiesta en las cosas naturales. Es decir, actúa como si se tratara de «energía», pues la energía sólo se manifiesta a través de las sustancias «potenciadas» por ella, si no hay sustancias la energía no fluye. Ahora consideramos la existencia de «energía oscura» sin masa aparente, pero no sabemos realmente cómo es esa energía. De la energía sólo sabemos con propiedad su comportamiento sobre lo sustancial, con su correspondiente polaridad y magnetismo. Es decir, lo que Anáxagoras hace es proponer un nuevo «elemento» como causa del «arjé» o principio activo, pero que no sólo está en la naturaleza y produce las cosas sustanciales sino que es parte del ser humano y la causa de sus «pensamientos», gracias a los cuales «descubre la existencia de las cosas que le rodean», las «mentaliza» y se «mentaliza», lo que viene a decir que las «concibe». Se trata del nacimiento de la «epistemología» o «teoría del conocimiento», y esta nueva «ciencia» es el indicio claro del nacimiento de una nueva era.

Este filósofo, consejero de Pericles y profesor de notables griegos como Arquelao, Protágoras de Abdera, Tucídides, el dramaturgo Eurípides, y se dice que también Demócrito y Sócrates, es el «padre» del clasicismo que se canoniza en Platón y Aristóteles. Pero los padres no suelen ser los creadores de los grandes sistemas, sino que esa labor les está reservada a los hijos, que son quienes tienen la oportunidad de desarrollar con más amplitud lo que sus progenitores apenas tuvieron tiempo de apuntar. Lo perfecto sería tener dos vidas: una para concebir ideas y otra para desarrollarlas, pero normalmente cada una de estas labores está destinada a personas distintas, aunque íntimamente relacionadas entre sí. El «hijo» más notable de Anaxágoras es sin lugar a dudas Platón.

La «mente» de Anaxágoras es el concepto sobre el que se fundamenta la concepción en sí misma y sin saber cómo funciona la mente nuestra idea del cosmos no es más que una «nebulosa» imprecisa de la que apenas si podemos conocer su apariencia física.

La mente de Anaxágoras la equiparaba por analogía con la «energía» (física) y con el «espíritu» (teología), pero no como una simple curiosidad semántica, sino porque a cada una de sus acepciones le corresponde un «thelos» o «contexto» en el que debe ser utilizado, cuyo fin es distinto en sí mismo. Al introducir el «noûs» en la etimología del lenguaje filosófico se introduce una nueva «visión totalitaria de la realidad» donde «todo está en la mente». Idea que es llevaba a sus últimas consecuencias por Platón con el desarrollo de su teoría de las ideas, que no son sino una actividad de la mente. Si todo está en la mente todo lo que vemos no son más que ideas y lo que percibimos es sólo la forma en que las ideas muestran su «aspecto aparente». El idealismo, por tanto, se fortalece y consolida gracias al «noûs» de Anaxágoras. Sin la mente todo sería puro «materialismo consistente», o la materia que produce de todas las cosas, pero no habría «la mente que causa todo lo que existe». Pero la paradoja es que, en tanto que mente es análogo a energía y espíritu, podemos decir que «todo está en la energía» (Aristóteles) o «todo está en el espíritu» (San Agustín). Sólo hemos desplazado la perspectiva en la observación de las cosas: en el caso de la «mente» es la perspectiva del «filósofo», en el de la energía, la del «científico» y en el del espíritu, la del «teólogo». Esto nos lleva a la inevitable conclusión de que desde Anaxágoras la filosofía queda «delimitada» a un solo contexto o perspectiva en la contemplación y análisis de la realidad: la de la mente y, por consiguiente, las ideas. Lo inmediato a la mente es en el ente y el «fruto» de ambos es el ser y su idea. Por tanto, sólo cuando consideramos la realidad como una idea de sí misma estamos haciendo verdaderamente «filosofía». Por lo que creo que deberíamos considera a Anaxágoras como el verdadero padre la filosofía.

Lo menos importante de su pensamiento son sus acertadas conclusiones acerca de la composición de la materia, que Aristóteles denominó «homeomerías» (de donde viene el concepto «homólogo» o similar y que sirvió de fundamento para los «atomistas») ni que razonara la posibilidad de que el sol fuera «una masa de hierro candente», mientras la luna no era sino una roca que reflejaba la luz del sol. Por desgracia afirmaciones semejantes le valieron la acusación de «impiedad» o «ateísmo», por lo que tuvo de huir de Atenas, estableciéndose en una colonia cercana a Mileto, donde desengañado y olvidado, se dejó morir de hambre. Final demasiado común en la historia de la «inteligencia» para que podamos considerarlo como excepcional.